Miles peregrinaron en Posadas por la capilla de San Cayetano

El domingo se recordó al patrono de los trabajadores, San Cayetano. En la parroquia homónima en la chacra 103 de Posadas, desde las 6 comenzó el rezo del rosario que se dio durante toda la jornada realizándose la misa central a las 17 horas. La mism fue oficiada por el obispo de Posadas, Juan Martínez.

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El prelado expresó que «en nuestra Diócesis celebramos esta fiesta en diversas comunidades. Aquí en Posadas al participar en esta celebración siempre me impresiona la fe sencilla, profunda y generosa de nuestro pueblo».

El Patrono del Pan, la Paz y el Trabajo recibió así la visita de miles de fieles que llegan al templo a agradecer y pedir que «nunca falte el trabajo».

Este santo, muy popular entre los comerciantes y ganaderos porque los protege de muchos males, nació en 1480 en Vicenza, cerca de Venecia, Italia.

Su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. El niño quedó huérfano, al cuidado de su santa madre que se esmeró intensamente por formarlo muy buen.

Estudió en la Universidad de Padua donde obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su presencia venerable y por su bondad exquisita que le ganaba muchas amistades.

Se fue después a Roma, y en esa ciudad capital llegó a ser secretario privado del Papa Julio II, y notario de la Santa Sede.

A los 33 años fue ordenado sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan grande, que entre su ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres meses, tiempo que dedicó a prepararse lo mejor posible a la santa celebración.

En Roma se inscribió en una asociación llamada «Del Amor Divino», cuyos socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos.

Viendo que el estado de relajación de los católicos era sumamente grande y escandaloso, se propuso fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más santa posible y a enfervorizar a los fieles. Y fundó los Padres Teatinos (nombre que les viene a Teati, la ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Msr. Caraffa, que después llegó a ser el Papa Pablo IV)

San Cayetano le escribía a un amigo: «Me siento sano del cuerpo pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan poquitos los que se mueven a convertirse». Y este era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el santo Evangelio. Y donde quiera que estuvo trabajó por conseguirlo.

En ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: «Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo».

San Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta escribió la razón que tuvo para ello: «Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico?» Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado».

En Nápoles un señor rico quiere regalarle unas fincas para que viva de la renta, junto con sus compañeros, diciéndole que allí la gente no es tan generosa como en otras ciudades. El santo rechaza la oferta y le dice: «Dios es el mismo aquí y en todas partes, y El nunca nos ha desamparado, si siquiera por un minuto».

Fundó asociaciones llamadas «Montes de piedad» (Montepíos) que se dedicaban a prestar dinero a gentes muy pobres con bajísimos intereses.

Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor, y lo adoraba especialmente en la Sagrada Hostia en la Eucaristía y recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús.

La gente lo llamaba: «El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo». Los ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los más abandonados y repugnantes.

Un día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: «Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer». Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban.

En su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: «Mi Salvador murió sobre una tosca cruz. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas». Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas.

En seguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.

San Cayetano bendito: lo que tú más deseabas: la conversión de los que somos tan pecadores, es un favor inmenso que no hemos logrado conseguir, pero que tú con tu intercesión nos puedes obtener. Pídele a Dios que nos logremos convertir.

«En este siete de agosto estamos celebrando a un santo muy querido por nuestro pueblo que es San Cayetano. En distintos santuarios y comunidades de nuestra Patria la gente se acerca para implorar, agradecer y pedir por el pan, el trabajo y la paz. También en nuestra Diócesis celebramos esta fiesta en diversas comunidades. Aquí en Posadas al participar en esta celebración siempre me impresiona la fe sencilla, profunda y generosa de nuestro pueblo. En este domingo el Evangelio (Mt. 14,22-33), nos trae un texto que se refiere a la necesidad de la fe. Pedro que caminaba sobre el agua probando al Señor, ante la violencia del viento sintió miedo y se empezó a hundir. El Señor lo toma de la mano y le dice: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?» (Mt. 14,31).

Nuestra gente pide con fe sencilla poniendo el eje en un tema central y que expresa una sabiduría que no parte de estadísticas, ni datos elaborados en gabinetes, y que invita a realizar una lectura de lo que ocurre el día de San Cayetano.

En nuestra América Latina, en nuestra Patria y Provincia, la falta de trabajo estable y digno aún sigue siendo causa de pobreza y exclusión. Quiero subrayar algunos párrafos del documento de Aparecida que considero muy iluminadores de situaciones que nos deben preocupar y deberemos tener especialmente en cuenta si queremos encarar seriamente la palabra «inclusión» que hoy varios la proclaman. Aparecida señala: «La población económicamente activa de la región está afectada por el subempleo (42%) y el desempleo (9%), y casi la mitad está empleada en trabajo informal. El trabajo formal, por su parte, se ve sometido a la precariedad de las condiciones de empleo y a la presión constante de la subcontratación, lo que trae consigo salarios más bajos y desprotección en el campo de la seguridad social, no permitiendo a muchos el desarrollo de una vida digna. En este contexto, los sindicatos (cuando cumplen con su misión), pierden la posibilidad de defender los derechos de los trabajadores. Por otro lado, se pueden destacar fenómenos positivos y creativos para enfrentar esta situación de parte de los afectados, quienes vienen impulsando diversas experiencias, como por ejemplo, micro finanzas, economía local y solidaria, y comercio justo» (71).

La fragilidad laboral y el observar la fe de nuestro pueblo que expresa el pedido de trabajo y coloca el trabajo en una clave del problema económico y social, no es un tema nuevo en nuestra América Latina. El flagelo del neoliberalismo que acentúa la exclusión en el continente fue denunciado abundantemente por el Magisterio de la Iglesia en los años 90, aún cuando muchos que en la actualidad se presentan como sus enemigos, antes lo consentían. Hoy debemos señalar que este mal continúa y no necesito en esta reflexión acudir a datos estadísticos, sino a pinceladas de la realidad que son fruto del caminar, escuchar y compartir con la gente. Es evidente la multiplicación de barrios y barrios en las grandes y no tan grandes ciudades de nuestra provincia, sobre todo Posadas y Oberá.

Cuando uno pregunta a mucha gente de nuestros barrios de qué vive, las respuestas se reiteran y notamos que viven de formas subsidiadas, planes sociales con diversos nombres, algunos tienen empleos dignos, pero muchos, muchísimos logran alcanzar algunas changas, o bien viven del trabajo temporal que da la obra pública y la construcción, otros que están desocupados sobreviven con la solidaridad familiar y maneras de ayudas mutuas.

La inclusión requerirá recordar aquello que vuelve a señalar el Papa Juan Pablo II, en «Laborem Excercens», que el trabajo es el que produce el capital y por lo tanto debe ser el motor de la producción y la economía. Crear trabajo y colocar a la persona en el centro del problema económico y social, será tener en cuenta el justo pedido de nuestra gente. El pedir trabajo, para tener el pan de cada día y vivir en paz.

Hace algunos días me alegró escuchar en una reunión organizada por Justicia y Paz sobre numerosos emprendimientos que desde distintas organizaciones sociales, también desde Cáritas buscan dignificar la persona con iniciativas, así como también es esperanzador el apoyo provincial a diversos emprendimientos rurales y el crecimiento de las ferias francas.

En medio de esta realidad y queriendo tener esperanza, debemos señalar que en cada capilla de barrio, siguen resonando diversos problemas, cuando la gente se acerca con sus dolores de corazón y con sus sufrimientos. También se acerca la mendicidad y la pobreza que siempre desfiguran la dignidad humana y pone al descubierto nuestras respuestas precarias. A San Cayetano, quien fue un hombre solidario, queremos pedir su intercesión a Dios por el trabajo, por el pan y la paz en nuestras familias y sociedad.