Misiones /Abuso sexual | ¿Hay que separar a la genial obra de un autor cuya conducta nos repugna o no?

Al comenzar noviembre de este año una noticia conmocionó a la sociedad misionera: el artista plástico y docente misionero Bernardo Neumann, dueño de una trayectoria artística y personal impecable, fue denunciado públicamente (luego ante la Justicia) por abuso sexual.

La larga exposición en redes sociales de Muriel Morgenstern (Instagram), fue muy conmovedora y el detalle de los hechos narrados no dejó dudas sobre un tema acerca del cual el denunciado decidió no responder.

Ahora, otra prestigiosa personalidad del arte –la bailarina y coreógrafa Mónica Revinski- sale a escena con una denuncia del mismo calibre (artículos de otros medios al final del presente).

Bernardo Neumann era marca registrada y autoridad indiscutible en la materia, egresado de un instituto religioso y docente jubilado en un colegio de la misma confesión (católica).

¿Bernardo Neumann Hubiese sido galardonado, invitado a exponer en el exterior o elegido para pintar la famosa cascada en La Costanera de Posadas o hacer body paint sin los hechos denunciados?

Seguramente que no.

Pero la obra, de cuyo valor estético y calidad técnica nadie duda, ¿debe ser impugnada? ¿Deben ser retiradas de salas sus pinturas? Objetivamente, creo que no.

Como las distinciones fueron hacia la persona por sus obras y se revela que su obrar ha sido condenable, opino que debe ser retirada toda mención honorífica, del mismo modo que cesó en el trabajo que tenía al momento de hacerse pública su conducta aberrante.
Respecto de La Cascada en La Costanera, sería conveniente que las escalinatas vean evaporar esas aguas de manera prolija antes que una movilización feminista acabe con grafitis lo que en definitiva, produciéndose una intervención furiosa sobre lo que al final de cuentas no es nada más (y nada menos) que una obra de arte.

De censura y cancelaciones
Pensadores y artistas (casos como Roman Polansky y Woody Allen) ven con el tiempo (y la pos verdad) que sus creaciones son objeto de censura (una editorial se negó a publicar una biografía de Allen) cuando al cabo de algunos años se revelan conductas reprochables e incluso punibles.
¿Se pone hoy en tela de juicio a la monumental obra de Pablo Picaso por haber sido misógino y padre abandónico?
Pues claramente que no. No se opina sobre la creación, pero sí –y negativamente- sobre su autor. Son otros tiempos, claramente.
Una ruleta rusa en la jungla digital
Uno de los cambios decisivos es internet, y con él las redes sociales, donde se socializaron inicialmente las denuncias contra Bernardo Neumann.
Entre las transformaciones principales está la posibilidad de expresarse; la facilidad también genera una expectativa de posicionamiento. Se produce una erosión de instancias mediadoras. Tampoco están claras las reglas. Como ha escrito Manuel Arias Maldonado, es un Estado de naturaleza, es prehobbesiano. Otra de las características –señalada por Ross Douthat– es una especie de presente continuo. Todo el mundo está en el mismo lugar y todo el mundo se ve. Pueden anularte por algo que dices ahora o por algo que dijiste hace tiempo. Puede pasarte si eres conocido o si no eres nadie. También hay un elemento de arbitrariedad: el mismo comportamiento puede pasar inadvertido o provocar un escándalo. Además, lo que es aceptable y lo que no cambia rápidamente, con el mismo ímpetu que inconsistencia.
Esto se produce en una cultura obsesionada por la reputación y donde, además, la reputación es muy frágil. La izquierda cultural, atenta a las modas y la exhibición de la virtud, más bien alejada de las preocupaciones materiales, florece en el capitalismo tardío. La pulsión mimética es intensa y extensa: como dice Ivan Krastev, vivimos en la era de las comparaciones globales; copiamos rápidamente los debates e imitamos la indignación.
Como señalaba Alberto Penadés, el viejo argumento de John Stuart Mill sobre la verdad y la libertad ya no es válido para mucha gente de izquierda. Según exponía el editor de Vox Ezra Klein, en una conversación con el politólogo Yascha Mounk acerca de la carta de Harper’s donde 153 intelectuales criticaban la «cultura de la cancelación» y denunciaban un clima de intolerancia, los debates sobre la libertad de expresión son en realidad debates sobre el poder.

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