El aire se cortaba con un cuchillo en el búnker PRO de Costa Salguero. Las pantallas que seguían el escrutinio del ballotage porteño dejaban entrever, con el 40% de las mesas computadas, una mínima diferencia porcentual a favor del candidato oficialista. El alivio, no obstante, no se hizo esperar demasiado: el amplio margen logrado en el norte capitalino permitió al espacio liderado por Mauricio Macri retener el poder en su principal –y único–bastión, a pesar de haber perdido en 9 de las 15 comunas en que se divide la ciudad de Buenos Aires. Apenas tres puntos separaron al electo Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta (51,6%) de Martín Lousteau (48,4%), resultado muy alejado del pronosticado por los encuestadores y por aquellos que no vacilaban en aconsejarle al candidato de ECO que desistiera de competir.
La algarabía se apoderó de los cuerpos que, poco tiempo atrás, se encontraban envueltos en la incertidumbre. Globos y papelitos invadieron la escena. Larreta se dirigió protocolarmente a los asistentes para luego dar paso a la música y el baile propios de la fiesta. Hasta aquí, sin sobresaltos, nada que contrastase con el festejo habitual. Hasta que Macri sube al escenario, toma el micrófono y esgrime, en claro tono presidencial, la siguiente frase: “hay que reconocer que en estos años se ha avanzado mucho y no podemos volver atrás”. Lo que vino luego dejó boquiabiertos a propios y extraños.
¿Giro amarillo?
¿Dónde quedó el acento puesto en el cambio como eje organizador del discurso, principal herramienta polarizadora de la estrategia electoral macrista? ¿Deberían sorprender las palabras de Macri ponderando la Asignación Universal por Hijo, la estatización de los fondos previsionales, de Aerolíneas Argentina y de YPF, y destacando, en definitiva, un rol activo del Estado en la economía?
Por un lado, lo evidente: las declaraciones tienen lugar en plena recta final de la campaña hacia la Cosa Rosada y, como enseña la ciencia política, una prédica “de centro” atrae generalmente más caudal de votos que una más volcada a los extremos. Mientras que, por el otro, no podemos ignorar que tanto el PRO como el kirchnerismo son experiencias políticas nacidas del estallido de 2001. Ambas pertenecen al escenario abierto hace más de una década y que denominamos, a falta de creatividad, posneoliberal. Este obligó a una reconfiguración en la forma que históricamente tuvo la derecha de intervenir en la vida política del país. Si echásemos un vistazo a la gestión PRO en la Ciudad observaríamos, como señala pertinentemente el politólogo José Natanson, que la nueva derecha “no privatizó las escuelas, pero disminuyó el presupuesto para la educación pública; no aranceló los hospitales pero tampoco invirtió en nuevos centros de salud; no mandó las topadoras a las villas, pero tampoco destinó un peso extra a vivienda social. (…) Todo el gasto social que haga falta para garantizar la estabilidad política y la prosperidad de los negocios, pero ni un peso más del que sea necesario”.
Ahora bien, ¿podemos hablar de un retorno a los ’90 con una presidencia de Mauricio Macri? Para responder a tal interrogante debe partirse de una premisa insoslayable: el neoliberalismo no es ni ha sido, del menemismo a esta parte, cuestionado en tanto patrón de acumulación de la economía argentina, profundamente concentrada y extranjerizada. Las reformas estructurales impulsadas por el Consenso de Washington continúan operando en la actualidad, a pesar de ciertos intentos, más tímidos que decididos, de revertirlas. En este sentido, ¿qué costo político traería aparejado para el PRO continuar con políticas que ayudasen a contener la conflictividad social, evitando así las consecuencias de cualquier medida privatizadora, si al mismo tiempo puede garantizársele al establishment económico la rentabilidad de la que hoy, sin ir más lejos, goza? Dicho de otra manera: existe un amplio consenso, del cual el macrismo parece no ser del todo ajeno, en torno a la importancia del papel del Estado como asegurador de ciertos beneficios sociales –ligados principalmente al consumo–que no contrasta, a su vez, con los intereses de aquellos sectores que buscan hacerse con pedazos de la torta cada vez más grandes. La “década ganada” es prueba acabada de este “modelo”.
De cara a octubre
Los vientos pragmáticos que recorren el kirchnerismo contribuyeron en hacer tambalear la estrategia presidencial del macrismo. Poco importó que Mariano Recalde hiciese hincapié en la pertenencia compartida de ambos candidatos al frente Cambiemos. El voto anti-PRO se hizo notar por primera vez desde 2007 y por el canto de una uña no logró su cometido. Difícilmente la performance de Lousteau tenga incidencia en la interna del espacio opositor: ECO, para disgusto de Sanz, no es más que un fenómeno profundamente local y la mitad del caudal de votos obtenido por el ex Ministro de Economía no le pertenece.
La avenida General Paz es el Rubicón que Macri buscará cruzar en las pocas semanas que restan para las primarias de agosto. Invertirá todas sus fuerzas en instalar a María Eugenia Vidal como candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, territorio que le es considerablemente hostil. Es allí donde Scioli se hace fuerte y Massa conserva el poco capital político que puede llegar a ostentar.
No faltaron, posteriormente al ballotage, quienes le endilgaran responsabilidades a los partidos de izquierda por la “insensatez” de haber llamado a votar en blanco facilitándole, de esa manera, el triunfo a “la peor de las derechas”. Un dedo acusador que, escudado en la lógica del “mal menor”, pasa por alto que un eventual gobierno de ECO lejos habría estado de significar un mínimo cambio en la dramática situación social de la Ciudad.
Reparar en tales especulaciones sería, además, ignorar un problema de carácter fundamental: hoy por hoy, casi la mitad del electorado porteño ve en el PRO a la única fuerza capaz de gobernar la ciudad de Buenos Aires. No hay error más grande a la hora del análisis que considerar tal apoyo como exclusivo de las capas medias y medias altas de Palermo y Recoleta. Su desempeño es, más bien, un efecto directo del armado territorial que el partido amarillo ha conseguido desplegar con éxito en los barrios más carenciados de la Capital, de la mano de dirigentes, militantes y referentes otrora peronistas. Seguir insistiendo en la supuesta apoliticidad del macrismo no hace más que contribuir a su fortaleza. Si lo que se busca es vencer al PRO, no hay fórmulas mágicas: se debe disputar y construir políticamente.
Por Pedro Lacour, estudiante de Sociología (UBA).